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Cabrera Infante y la tolerable vanidad del cubanismo


Cuando hablamos de Guillermo Cabrera Infante nos referimos no solo al escritor más importante de Cuba, sino también al exiliado que creó valores por la vía literaria para seguir resistiendo en el exilio y minimizar la ley física del terror al vacío. Ese absurdo espacio que está presente entre quienes abandonamos el país. Por esto, nos corresponde repetir una y mil veces las gloriosas condenas de su pluma a la desgracia de la isla. Una tierra donde siempre han sobrado discordias pero jamás han faltado talentos.

Cabrera Infante forjó con la tolerable vanidad del cubanismo un peculiar estilo. Después de recorrer las asociaciones literarias, las redacciones, el trato con actores, los caminos cinematográficos. En ese peregrinar escribió guiones, ensalzó el periodismo y maduró como escritor. Pero sobre todo, desafió como pocos el contaminado ambiente político del régimen tiránico que sentía la agudeza de su obra. Quizá la principal razón para ver que cada laurel que alcanzó está fecundado con lágrimas y cada aplauso encubre una carcajada de sarcasmo y rabia.

Entiendo que no soy el más indicado para hacer un estudio serio sobre la literatura y el periodismo de nuestro admirado Guillermo. Muchos lo pueden hacer de una mejor manera y con más profundidad intelectual. A mí solo me corresponde recorrer su obra como testigo de su cubanía, sin llegar a ser un examinador de acontecimientos. Lamentando, eso sí, ¡cuán veloz se marchó sin dejar percibir siquiera toda la intensidad de sus rayos!

Desde el inicio del castrismo a nuestros días ha ido acelerándose el movimiento literario en el exilio. Han aparecido bastantes obras religiosas, literarias, filosóficas, recreativas. Los poetas se han decidido a presentar sus libros militantes; nuestros intelectuales resolvieron hacer oír su voz en las academias; los autores dramáticos continúan sacudiendo la apática posición frente al tema cubano, incluso hasta los que hasta ayer ocuparon un puesto en la prensa (tribuna) comunista, hoy levantan la voz. Sin embargo, de una manera u otra, todos tienen un inspirador común: Guillermo Cabrera Infante.

Algo que no ocurre por azar. Sino porque Cabrera Infante fue el mago de nuestros escritores. Sus narraciones poseen esa pompa espléndida de la vegetación tropical; del decir atrevido al contar hechos heroicos y ninguno más sencillo que él para narrar las costumbres populares de Cuba. Con esa prosa festiva y hábil para deleitar, sin sucumbir, hasta el lector más remolón. Por ejemplo, en “La Habana para un Infante Difunto“ dice”

“Severa era muy habanera. Consiste en una agresividad casi masculina, al hablar y al moverse y al enfrentarse con cualquier otra persona que presente un reto, sobre todo con los hombres. Severa era muy liberal con las malas palabras y tenía un sentido del humor agudo pero vulgar, eso que se llamó relajo, sustantivo tan usado en La Habana, en tantos sentidos, todos bordeando el tema erótico, cuando no cayendo en la pornografía, al mismo tiempo que insinúa la falta de respeto a todo.”

Su manera de decir es concisa y firme. Su estilo desnudo de metáforas exóticas, va derecho al objeto del pensamiento, sin navegar a través de períodos pastosos y de circunlocuciones rebuscadas. En una argumentación cerrada; aparentemente sin arte, pero apoyada sobre citas oportunas y reales que colocan al lector frente a una narración agradable.

En otras ocasiones, cuando hace un movimiento brusco y aprieta la mano, deja ver sus razonamientos mezclados de sarcasmos o vivas emociones políticas, pero igualmente fáciles de digerir.

“La memoria es una traductora simultánea que interpreta los recuerdos al azar o siguiendo un orden arbitrario: nadie puede manipular el recuerdo y quien crea que pueda es aquel que está más a merced del arbitrio de la memoria.”

Cuando Fidel Castro llegó al poder en Cuba en 1959 Cabrera Infante fue nombrado director del Consejo Nacional de Cultura y subdirector del diario Revolución. El principal órgano periodístico del gobierno que hoy llaman Granma. Sin embargo, desde el principio sus opiniones chocaron con los lineamientos oficiales y se vio envuelto en varias polémicas. Y en un discurso pronunciado por Castro el 30 de junio de 1961, los intelectuales que de una forma u otra disentían con el gobierno, fueron silenciados. Incluyendo a Cabrera Infante. Una lapidaria frase del líder cubano en aquel momento abrió el camino para la incipiente dictadura: “Dentro de la Revolución todo; contra la Revolución, nada”.

Al poco tiempo Cabrera Infante rompió sus lazos con el gobierno de Fidel Castro y enfrentó un sin fin de dificultades. Tanto en Cuba como en España. Hasta que terminó fijando su residencia en Reino Unido. Desde allí agiganta su pasión por la literatura y recibe innumerables distinciones. En los cuales se destaca el Premio Cervantes en 1997 y el Internacional de la Fundación Cristóbal Gabarrón de 2003 en la categoría de Letras.

Dolorosamente para los cubanos y los amantes de la buena literatura, el escritor fallece en Londres producto de una septicemia. Derivada, según los especialistas, de otros problemas de salud . Para la fecha contaba con 75 años. Su esposa, la actriz Miriam Gómez, confirmó la incineración de sus restos. Los cuales han sido guardados hasta que puedan llevarse algún día a una Cuba libre. En donde, estoy seguro, recibirá el merecido homenaje.

Después de su muerte, su figura sigue presente entre los miles de personas que lo admiraron y respetaron. Fundamentalmente los cubanos. Tanto los que aún viven dentro Cuba como los que están afuera. Porque aunque en la isla siempre estuvo vetado por el régimen, la gente aprendió a quererlo conociendo su obra.

Al marcharse Guillermo Cabrera Infante, Cuba no solo perdió al mejor de sus escritores sino también a un cubano extraordinario. Alguien que no ha tenido sustituto y posiblemente nunca lo tendrá. Las huellas de su ciclo lo demuestran. Y como decía Borges, “el tiempo es el mejor antologista, o el único, tal vez”.

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