
Vivió algunas breves temporadas en París, Suiza, Londres. Pero su estancia en Caracas, Venezuela, fue quizá el período donde mejor la pasó. Lo demuestra un párrafo de una carta que escribió en 1894: «Tuve la fortuna de que al llegar me visitaran todos los exigentes más exigentes, los que dan la nota aquí en la vida social. Sin duda les caí en gracia. Lo cierto es que no ha llegado la primera noche en que no tenga alguna invitación, y que no he pasado un día sin recibir mil atenciones... Entre la gente del gobierno tengo buenos, muy buenos amigos. El cuerpo diplomático es para mí como gente de la casa»
A su regreso a Bogotá sufre graves decepciones. No pudiendo, entonces, volver a Caracas, estuvo "condenado a vivir para siempre en una ciudad gris” como él mismo describiera.
La luz vaga... opaco el día,
la llovizna cae y moja
con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría.
Por el aire tenebroso ignorada mano arroja
un oscuro velo opaco de letal melancolía,
y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja
al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría…
La familia vio su muerte como una vergüenza. La religiosidad de la época imponía moralmente ciertos patrones de conducta. De ahí que lo enterraran en un lugar para sacrílegos que habían atentado contra su vida. En su funeral no hubo flores ni discursos. Lo que se recuerda de su despedida fue el poco de cal en su rostro que le lanzó el enterrador.
Sin embargo, este extraordinario poeta inició para las letras hispanoamericanas la innovación que hoy se conoce como la antipoesía. Fue un modernista en todo el sentido de la palabra. Dejando en su legado la obra poética más importante de Colombia.
El Tiempo ha descrito como fueron sacados del cementerio maldito de los suicidas sus restos mortales. En el repórter describe: «Sólo el calzado aparecía en admirable estado de conservación. La piel estaba apergaminada. Como detalle curioso puede citarse el del orificio de la bala encima del corazón, que causó la muerte del poeta y que podía verse con toda nitidez». Posteriormente sus cenizas fueron trasladadas al panteón de la familia, en el cementerio general de los católicos.
Este amago en versos es mi humilde reconocimiento a este poeta que he admirado siempre.
Cuando partió en en el místico carruaje de una nube,
hasta el pálido zumbido de la abeja llorosa
tuvo que susurrar la canción difusa del adiós.
Atrás quedó el eco royendo los incendios.
El verbo crece entre las llamas de la muerte.
Aún se escucha un manantial de palabras
entre las aguas de los versos infinitos.
Para cuando la poesía eche a volar
sobre las usanzas más tristes.
Y los grises y magullados pensamientos
interactúen con centenares de embrujos.